Resumen de Las brujas de Salem (El crisol)
Cómo se desenvuelve la historia
Siéntense derechos, dejen de bailar y pónganse sus mejores atuendos negros, Shmoopers. Están a punto de descubrir el puritano que llevan adentro.
En la escena que abre el primer acto de Las brujas de Salem, se lo ve al Reverendo Parris, pastor de Salem, mirando a su hija enferma, Betty, y preguntándose por qué está así. Pronto nos enteramos de que en todo el pueblo se rumorea que Betty sufre de… brujería.
El Reverendo Parris había visto tanto a Betty como a su sobrina, Abigail, bailando en el bosque con su esclava, Tituba, la noche anterior. Esa noche, en el bosque, también había visto una caldera (y una rana saltando adentro). Cuando les preguntan lo que habían estado haciendo por primera vez, Abigail niega que ella o Betty hicieran brujerías, pero admite que habían estado bailando en el bosque con Tituba. Abigail vive en la casa de los Parris porque sus padres murieron. Antes vivía en la casa de Juan e Isabel Proctor, pero le pidieron que se fuera por alguna misteriosa razón.
Cuando otra pareja, Tomás y Ana Putnam, llega a la casa de los Parris, confiesa que le pidió a Tituba que evocara a los espíritus de sus siete hijos muertos. Quería saber por qué todos habían muerto enseguida después de su nacimiento. Para el horror del Reverendo Parris, los Putnam afirman de forma contundente que su esclava Tituba se relaciona con los muertos. La única hija con vida de los Putnam, Ruth, sufre de una afección similar a la de Betty Harris y esto, naturalmente, provocó la indignación de los Putnam.
Cuando el pastor y los Putnam salen de la habitación, Abigail amenaza con lastimar a las otras tres jóvenes que quedaron adentro si dicen osan una palabra acerca de lo que hicieron en el bosque con Tituba.
Juan Proctor llega para ver qué es lo que tiene mal a Betty. Confronta a Abigail, y ella le dice que Betty solo está fingiendo estar enferma o poseída por espíritus malignos. A medida que avanza la conversación entre Proctor y Abigail, nos damos cuenta de que ambos tuvieron un amorío… cuando Abigail trabajaba en la casa de los Proctor y la esposa de Proctor, Isabel, estaba enferma. Ay. Abigail trata de seducir a Proctor, pero él le dice con firmeza que la relación terminó, a lo cual ésta le responde que Isabel tiene la culpa de que él se comporte así y que, algún día, van a volver a estar juntos.
Tan pronto como el Reverendo Parris y los Putnam regresan, llega el Reverendo Hale a la casa de los Parris. Hale es un reconocido experto en brujas de una ciudad vecina. De repente, al ver al Reverendo Hale, Abigail cambia su historia e insinúa que, en realidad, Tituba sí convocó al Diablo. Tituba, sorprendida por la acusación, lo niega rotundamente. Pero cuando el Reverendo Hale y el Reverendo Parris la interrogan, confiesa (bajo presión) que hace brujerías y admite que hay otras "brujas" en el pueblo, entre ellas, Sara Good y Sara Osborne. Al tiempo que Tituba y Abigail acusan a mujeres del pueblo, varias de las otras jóvenes, entre ellas María Warren (que ahora trabaja en la casa de Juan Proctor) siguen la iniciativa de Abigail y comienzan a acusar a otras mujeres también.
El segundo acto comienza con una escena en la cocina de los Proctor. Proctor y su esposa, Isabel, se lamentan de que su propia empleada doméstica, María Warren, esté envuelta en este frenesí de acusaciones. Isabel tiene miedo. Saben que Abigail está detrás de las acusaciones, y Isabel le suplica a Proctor que vaya al pueblo y les diga a todos que Abigail dijo que todo era una broma. Isabel hace alusión al amorío que Proctor tuvo con Abigail y descubre que mintió, pues él le había dicho que no había estado a solas con Abigail en la casa de los Parris, pero, en realidad, sí había estado. Proctor, irritado y a la defensiva, se queja de que Isabel todavía no confíe en él y le dice que nunca volverá a hacerlo a pesar de que los últimos siete meses, desde que Abigail se fue, ha sido un buen marido. (Guau, qué increíble. Siete meses. Se merece una medalla de honor Juan Don Proctor.)
La joven María Warren regresa a la casa de los Proctor exhausta porque se pasó el día en la corte. Proctor la reprende por haber estado afuera todo el día. Después de todo, le dice, a María le pagan por ayudar a Isabel en la casa y anda descuidando sus obligaciones. María afirma que su trabajo en la corte es muy importante y (con aires de superioridad) insiste que Juan Proctor no tiene porqué seguir dándole órdenes. Durante un momento más calmo, María le da a Isabel un regalo (una muñeca) que remendó durante el día. Pero después de la agitada discusión entre María y Proctor, la joven asegura que le salvó la vida a Isabel, pues la nombraron en el juicio ese día.
Cuando María se va a dormir, Isabel dice que supo desde un principio que iban a nombrarla. Le dice a Proctor que tiene que aclarar los tantos con Abigail de una buena vez. Cometió adulterio con ella, e Isabel le explica que tener sexo con una mujer es equivalente a hacerle "una promesa"— una promesa implícita de que algún día los amantes estarán juntos para siempre. Isabel sostiene que Proctor tiene que romper esta promesa de forma deliberada. Proctor se enoja y acusa otra vez a su esposa de no haberlo perdonado por sus indiscreciones.
En este inoportuno momento, llega el Reverendo Hale. Está investigando a las personas que fueron nombradas en el juicio. Aparecen varias otras personas de la corte, quienes buscan pruebas de la culpabilidad de Isabel, y preguntan si hay alguna muñeca en la casa. Isabel dice que no tiene ninguna muñeca salvo una que María le dio ese mismo día. Tras inspeccionarla, descubren que la muñeca de María tiene una aguja clavada en el centro. Resulta que, antes ese día, Abigail Williams aseguró que la habían pinchado misteriosamente con una aguja y acusó a Isabel Proctor de ser la culpable. A pesar de que María afirma que la muñeca es suya, los hombres arrestan a Isabel de todas maneras, haciendo oídos sordos a las protestas de Proctor.
El tercer acto comienza en la corte. Guillermo Corey y Francis Nurse, habitantes de Salem, y Juan Proctor entran para tratar de interrumpir el proceso judicial. Sus esposas han sido arrestadas tras ser acusadas de hacer brujerías. Guillermo Corey dice que algunas de las acusaciones se hicieron para que los codiciosos ciudadanos pudieran apoderarse de los bienes de las acusadas. Francis Nurse tiene en mano una declaración de la buena reputación de las Santas (señoras) Corey, Nurse y Proctor firmada por 91 personas.
Además, Juan Proctor lleva a su empleada doméstica, María Warren, para que confiese que nunca vio al Diablo y que ella y las otras chicas han estado fingiendo todo el tiempo. Cuando confrontan a Abigail Williams y a la demás chicas con esto, ellas se ponen en contra de María Warren y la acusan de hacer brujerías. La tensión en el tribunal llega a su punto máximo. Proctor intenta ponerle fin a la histeria y admite la verdad: que él cometió adulterio con Abigail Williams, una adúltera mentirosa, y eso prueba que no es una persona de confianza.
Abigail niega la acusación de adulterio. Para revelar la verdadera historia, Proctor pide que saquen a su esposa de la cárcel y la interroguen. Proctor insiste en que su esposa Isabel no miente, por lo cual su confirmación o negación del adulterio despejará todas las dudas— y probará la credibilidad (o incredibilidad) de Abigail Williams.
Antes de interrogar públicamente a Isabel acerca del adulterio, Danforth le ordena tanto a Abigail como a Proctor que se den vuelta para que Isabel no pueda ver sus expresiones faciales. Como Isabel no quiere condenar a su marido, miente y dice que él no es un libertino. Tras este desafortunado giro de los acontecimientos, Danforth continúa con la audiencia y sostiene que el adulterio nunca sucedió. Danforth envía a Isabel de nuevo a prisión mientras Proctor grita: "¡Lo he confesado!".
El Reverendo Hale, conmovido, le dice a Danforth que él le cree a Juan Proctor, y asegura que siempre desconfió de Abigail Williams. Ante tal aseveración, Abigail emite un "grito extraño, salvaje, escalofriante" y asegura que ve un pájaro amarillo en la viga del techo. Grita y chilla que es María Warren que la está amenazando con su brujería. Finalmente, después de una espeluznante escena donde las chicas copian a Abigail en el fingido estado de trance, María Warren se quiebra y vuelve a ponerse del lado de ellas. En un estado de histeria, miente y dice que Juan Proctor la estuvo persiguiendo noche y día y le hizo firmar el libro del Diablo. Arrestan a Proctor y lo llevan a prisión. El Reverendo Hale, avergonzado, critica al tribunal y se va.
El cuarto acto comienza en una celda de la cárcel de Salem. Es el día de ejecución de Rebecca Nurse y Juan Proctor. Ambos se negaron a confesar hasta el momento, pero el Reverendo Hale, que no ha aparecido en el tribunal desde el arresto de Proctor, intenta convencerlos de que confiesen. A pesar de que sabe que su confesión sería mentira, quiere salvarles la vida. El Reverendo Parris también quiere que confiesen, pero para salvar su propio pellejo: desde que comenzaron los juicios, Parris estuvo recibiendo unas amenazas muy poco sutiles. Y como si esto fuera poco, Abigail se escapó y se llevó todo su dinero.
Desde que metieron preso a Proctor, más de cien personas restauraron su vida después de "confesar" que practicaban brujerías, pero la ciudad es un caos. Hay huérfanos, vacas deambulando por todos lados y gente peleando por ver quién se queda con los bienes de quién.
Los jueces Hathorne y Danforth llaman a Isabel, que todavía está en prisión, para que hable con su marido y trate de convencerlo de que confiese. Cuando Isabel finalmente accede a hablar con Proctor (que estuvo encerrado en el calabozo, separado de los demás acusados), la pareja tiene unos minutos para hablar a solas en la corte. Durante esta amena conversación, Isabel le dice a Proctor que no va a juzgarlo sea cual sea su decisión, y le asegura que cree que él es un buen hombre. Pero si bien Isabel no juzga a Proctor, ella no puede confesar haber practicado brujerías porque sería una mentira.
Proctor le pide a Isabel que lo perdone, y ella le dice que él debe perdonarse a sí mismo. También le dice que ella es consciente de que había sido una "esposa fría", lo cual podría haberlo llevado a acostarse con Abigail. Le pide que la perdone y sostiene que nunca conoció a alguien tan bueno como él en toda su vida. Al principio, esto motiva a Proctor a vivir y se confiesa verbalmente con Danforth y Hathorne.
Pero Proctor no puede firmar la "confesión". No podría soportar el hecho de que sus hijos y toda la comunidad vean la confesión pegada en la puerta de la iglesia (que es lo que hacían las iglesias con las confesiones de este tipo de sus miembros). Además, no quiere incriminar a nadie más de la ciudad. Cree que debería bastar con su confesión verbal y la aceptación de su propia culpa. Pero la corte se niega a aceptar esto, por lo cual Proctor, lleno de emociones, rompe el papel de la confesión y lo abolla. Estupefactos, el Reverendo Hale y el Reverendo Parris le ruegan a Isabel que haga entrar en razón a su esposo, pero ella se da cuenta de que éste es, al fin y al cabo, su momento de redención: "Ahora tiene su pureza. ¡Dios no permita que yo se la quite!". Y así se encamina Juan Proctor a su muerte. El telón se cierra mientras se escucha el sonido del tambor justo antes de que lo cuelguen.