Madame Defarge
Madame Defarge es un caso serio. Si alguien tiene el derecho de molestarse por los abusos que la aristocracia amontona sobre los plebeyos, es ella. Entre otras cosas, porque su hermana fue violada por el Marqués St. Evrémonde y su padre fue asesinado tratando de vengar el honor de su hermana. Como si no fuera poco, no tuvo la niñez más feliz del mundo. Es completamente entendible que quiera tener un papel importante en los intentos revolucionarios de derrocar el poder de la aristocracia.
Claro, no sabemos nada de la historia de Madame Defarge sino hasta el último golpe dramático de la novela. Para este momento, ya estamos acostumbrados a que nos la describan como la implacable esposa de Ernest Defarge, la mujer que siempre está tejiendo. Es dueña de la taberna en Saint Antoine, que además funciona como eje de toda la actividad revolucionaria. En cuanto a la política, Madame Defarge teje una red para que caigan todos aquellos que deben ser destruidos por la revolución. Es una tarea sucia, pero alguien tiene que hacerla.
Para el momento en el que nos enteramos de la historia de Madame Defarge, ya hemos leído una y otra vez lo “fría”, “horrible” y “espantosamente despiadada” que se ha vuelto. Es inteligente e implacable. En realidad no tenemos oportunidad de simpatizar con ella o compadecerla por los horrores de su pasado; cuando Dickens nos habla de ellos, ya Madame Defarge es un monstruo para nosotros. El encuentro entre Lucie y Madame Defarge nos lo pone clarito: Lucie se arrodilla, implorando piedad para su hija. Madame Defarge la mira fríamente. Ni siquiera deja de tejer.
Al parecer, el problema de Madame Defarge es que no sabe dónde trazar la línea. Hasta donde le importa, aplicar “justicia” por lo que vivió su familia, no pasa solo por la muerte del Marqués, sino también (así piensa Defarge) incluye la “exterminación” de toda la familia del Marqués. Según su vara, Charles, Lucie y hasta la pequeña Lucie deben responder a la afilada hojilla de La Guillotina. Como le dice ella misma a su esposo: “Dile al viento y al fuego dónde parar; ¡No a mí!” (3.12.36)
Con estas palabras, Madame Defarge deja de ser humana. Todos los demás personajes la reconocen como una fuerza de la naturaleza. Es lógico, entonces, que los lectores se sientan de la misma forma: se convierte en una especie de punto de encuentro entre la oportunidad y la historia. Nuestro narrador nos dice que ella es:
“Imbuida desde su niñez en un melancólico sentido de lo incorrecto y un inveterado odio hacia una clase, la oportunidad la ha convertido en una tigresa. No conocía la piedad. Si en algún momento hubo virtud en ella, con seguridad, ya la ha abandonado. No le importaba nada dejar viuda a una desgraciada o huérfana a una pobre niña, todo castigo era insuficiente porque eran enemigos naturales, y sus presas no tenían derecho a vivir. Rogarle era ineficaz porque no tenía ningún sentido de piedad, ni siquiera para ella misma.” (3.14.33)
En cierto modo, el hecho de que la Señorita Pross, la guardiana de Lucie, sea quien mate a Madame Defarge, encaja. La Señorita Pross no sabe lo que vale. Vive completamente para Lucie. Al final del día, solo otra mujer implacable puede con Madame Defarge. Por suerte, Lucie se las arregla para salir de esta sin ensuciarse las manos.
Si Madame Defarge no logra ganarse la simpatía del lector, sí logra levantar preguntas inquietantes acerca del rol femenino en la obra de Dickens. ¿Por qué las mujeres afines a la política parecen tener que renunciar completamente a su compasión y humanidad? ¿Por qué Defarge es un tipo en general bueno, mientras que su esposa desciende a niveles monstruosos? Algo parece un poco injusto.
Bueno, pero de nuevo, la Inglaterra Victoriana no era conocida por sus intentos de establecer la igualdad de géneros. Lucie, con sus rizos de oro, es un ama de casa perfecta llena de inocencia, es una “buena mujer”. Madame Defarge, la que busca justicia política, no tiene cabida bajo tales estándares sociales. Es un poco difícil comenzar una revolución y encontrar muchos adornitos para la casa al mismo tiempo. No tratamos de menospreciar a Lucie: nuestro “Análisis del personaje” habla por sí solo. Simplemente nos parece que Dickens es un poco ambivalente acerca del rol de la mujer en la revolución, o en la vida pública en general.