Hermano Tod Clifton
Cuando conocemos al hermano Tod Clifton, al principio parece un posible rival para el narrador: es joven, brillante, apuesto y trabaja en la Hermandad hace tres años. Con el tiempo, se hace evidente que está lejos de ser el enemigo del narrador. Está comprometido con el trabajo en pos del bien de la Hermandad.
Acto siguiente vemos a Clifton vendiendo muñecos Sambo en la calle:
Sacudidle que no lo romperéis, Porque es Sambo el bailarín, Sambo el sandunguero, Sambo el simpático, Sambo Boogie Woggie muñeco de papel. Por veinticinco centavos, un cuarto de dólar... ¡Señoras y caballeros! ¡Sambo os dará felicidad! ¡Adelante, señoras y caballeros, que Sambo os espera! Sambo, el... (20.71–5)
¿Qué ocurrió? ¿Cómo pudo un joven brillante pasar de ser una fuerza activa en el progreso social a convertirse en un vendedor ambulante que perpetúa estereotipos negros? No se nos revela la respuesta a esta pregunta, aunque conocemos algunas especulaciones del narrador.
Tal vez se dio cuenta de que era solo un instrumento en la Hermandad. Tal vez temía que la Hermandad lo estuviera utilizando para mejorar su apariencia y no para mejorar realmente las relaciones raciales en Harlem. Tal vez, cansado de la hipocresía, Clifton prefirió hacer algo explícitamente racista antes que seguir siendo parte de una organización que simula ayudar a la comunidad negra.
De todos modos, esto es mera especulación. Lo que sí sabemos acerca de Clifton es que su muerte desencadena una serie de acontecimientos en la relación entre el narrador y la Hermandad; en cierto sentido, la muerte de Clifton inicia las epifanías del narrador con respecto a las limitaciones de la ideología de esa organización. Entre estas, la principal es la insistencia de la Hermandad en que la vida de Clifton no merece ser celebrada. Donde el narrador ve el asesinato de un hombre desarmado (de un amigo y colega leal, nada menos), la Hermandad ve a un vendedor ambulante racista.