María Warren
Más cobarde que una gallina
María es un personaje agradable dentro de todo, pero al final demuestra que es una cobarde. Es una de las chicas que ven en el bosque con Abigail, bailando y convocando espíritus— Aunque enseguida descubrimos que solo estaba mirando y no participó de los actos. (La verdá, la verdá, lo más probable es que haya estado demasiado asustada como para unirse a la fiesta). Luego comienza a formar parte del grupo que condena brujas. Al principio, parece disfrutar del poder que tiene. Sin embargo, cuando personas claramente inocentes son condenadas, María se siente mal por todo lo ocurrido.
La primera señal que tenemos del cargo de consciencia de María es cuando le regala una muñeca a Isabel Proctor, a quien ayuda en las tareas de la casa. Abigail había nombrado a Isabel en el tribunal, y María sabe que Abigail solo lo hizo para vengarse. Ella estaba ahí cuando Abigail le pidió a Tituba que le echara una maldición a Isabel y también sabe del romance entre Abigail y Juan Proctor.
Sin embargo, el pobre intento de María de compensar lo que hizo con un buen gesto no resulta como esperaba, ya que Abigail usa la muñeca para tenderle una trampa a Isabel y acusarla de practicar brujerías. Esto, por supuesto, hace sentir a María aun peor, por lo que accede a ir a la corte junto a Juan Proctor para declarar en contra de Abigail:
PROCTOR (acercándose a ella, amenazador): ¡Le dirás al tribunal cómo vino a parar aquí ese muñeco y quién le clavó la aguja!
MARÍA: ¡Ella me matará por decir eso! [...] ¡Abby lo acusará de adulterio, señor Proctor!
PROCTOR (deteniéndose): ¡Ella te lo dijo!
MARÍA: Yo lo sabía, señor. Lo va a destruir con eso, sé que lo va a destruir.
PROCTOR (vacilando y con profundo odio hacia sí mismo): Bien. Entonces se acabó su santidad. [...] Juntos cavaremos nuestra tumba; le dirás al tribunal todo lo que sabes.
MARÍA (con terror): No puedo, se volverán contra mí... (II.427–432)
Al final, la débil naturaleza de María queda al descubierto en la escena de la corte donde, al correr peligro de ser ejecutada, se pone una vez más del lado de las muchachas y acusa a Juan Proctor de practicar brujerías y adorar al Diablo.
A pesar de que María causa mucho daño en la obra, carece de la maldad de Abigail. Es solo una muchachita débil que tiene miedo de hacer lo correcto. Sí, la descripción de María de Miller provoca compasión, pero no está libre de culpa. Quizá el autor quiera señalar que hasta las personas buenas pueden cometer actos destructivos cuando quedan envueltas en una histeria general como la de los Juicios de Salem (o el Macartismo y el Temor Rojo).