Ventanas, puertas, umbrales y otros límites
Ya desde las primeras líneas de Cumbres Borrascosas vemos a un Lockwood ansioso por cruzar el umbral y entrar a la casa, mientras que Heathcliff pretende que se quede afuera: "Ni tocó siquiera la puerta en confirmación de lo que decía" (1.5). Lockwood personifica la puerta, lo cual indica que, al igual que Heathcliff, la misma no quiere dejarlo pasar. Hasta su nombre mismo, "Lockwood", refleja su imposibilidad de acceso. (Pero dado que este personaje no es muy bueno para captar los indicios de otros, igual se apronta hacia adentro).
Lockwood señala la arquitectura poco acogedora de la casa en sus primeras descripciones del lugar: "El edificio era sólido, de espesos muros a juzgar por lo hondo de las ventanas, y protegidos por grandes guardacantones" (1.8). Es evidente que la casa, construida en el 1500, fue diseñada para ser impenetrable. La ventana en la cama de tablas es un límite crucial en la novela, pues simboliza un espacio de transgresión y violencia. Si bien el nombre de Catalina está grabado en la superficie, la ventana no le permite a su espíritu entrar, y se presenta entre lamentos, principalmente gracias a la poca compasión de parte de Lockwood. La sangre que brota del puño de Catalina apretado "contra el corte del cristal" indica la profunda violencia que importa cruzar límites. Más adelante, la joven Cati se escapa de Heathcliff por la misma ventana:
No atreviéndose a marchar por la puerta por temor a que los perros ladrasen buscó otra salida, y habiendo hallado la habitación de su madre, se descolgó por el abeto que rozaba la ventana. Estas precauciones no bastaron para impedir que su cómplice sufriera el correspondiente castigo. (28.42)
¿Te acuerdas de la rama de abeto que daba contra la ventana cuando Lockwood se despertó de la pesadilla?
Hay varias ocasiones en las que se habla de las dos casas como si fueran prisiones, y de sus habitantes como si fueran prisioneros. Cuando al final de la novela por fin vuelve la armonía hogareña a Cumbres Borrascosas, Lockwood siente que ese ambiente carcelario desapareció:
No tuve que llamar a la verja: cedió al empujarla [. . .] Puertas y ventanas estaban abiertas [. . .] Las personas que había allí estaban sentadas junto a las ventanas. Antes de penetrar, las vi y las oí hablar, me fijé en ellas con un sentimiento de curiosidad que, a medida que fui avanzando se convirtió en envidia. (32.17)
Desde luego que Lockwood sigue siendo un gran chismoso: los problemas que ocasionó al sobrepasar límites en el pasado no le impiden volver a imponerse una vez más.
A lo largo de la novela, los personajes observan y espían por las ventanas, abren ventanas o las rompen. No resulta sorprendente que la gran ventana del salón en la Granja de los Tordos parezca amplia y alegre en comparación con las de Cumbres Borrascosas. En vez de ser angosta y "honda", ofrece una vista accesible desde la casa hacia el jardín y el verde valle, y a su vez, desde afuera hacia el interior de la casa.
Cuando Catalina y Heathcliff se lanzan a los páramos para espiar a Eduardo y a Isabel, la ventana del salón les ofrece una vista hacia un mundo distinto; mundo que más adelante recibirá a Catalina con los brazos abiertos pero rechazará a Heathcliff. Tras ser echado a patadas de la Granja de los Tordos (lo cual volverá a ocurrir una infinidad de veces), a Heathcliff no le queda otra opción que hacer sus observaciones a través del muro de cristal: "volví donde antes habíamos estado, proponiéndome romper todos los cristales de la ventana si Catalina quería irse y no se lo permitían" (6.27). Los varios significados simbólicos de las ventanas se extienden hasta las características físicas de Heathcliff, cuyos ojos describe Elena: "dos negros demonios que jamás abren francamente sus ventanas" (7.33). Una vez más, las ventanas no permiten el acceso sino que lo impiden.