Jane Eyre
Si Jane se hubiese salido con la suya, probablemente nos hubiera dicho que no tiene ningún personaje de quien hablar; probablemente ella está feliz de ser simplemente la "simple, cuáquera institutriz" del sr. Rochester, una huérfana que se convirtió en profesora cuya ropa era de color gris o negro, y quien nunca realmente pierde el hábito de llamar a Rochester su "señor".
Jane pasa mucho tiempo como la fea del baile tratando de hacer que nadie se percate de su existencia, a veces literalmente, como cuando se esconde en las sombras al final del corredor mientras Blanche Ingram y un grupo de señoritas bien arregladas pasa rápidamente por ahí. Ella incluso intenta esconderse en la historia que narra; nos damos cuenta de que ella está enamorada de Rochester mucho antes de que ella en realidad nos lo diga. Pero de alguna manera tenemos la idea de que, dejando de lado su desconfianza y su docilidad, Jane es en realidad uno de los personajes más fuertes y más intensos en la novela.
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Todo comienza con el trauma de la niñez de Jane en el "cuarto rojo," una habitación extraña en Gateshead, donde su tío Reed murió hacía nueve años. Cuando Jane se enfrenta a su malvado primo John Reed, su tía la encierra sola en el cuarto rojo como castigo: solamente están Jane, muchos muebles de terciopelo rojo, unas cuantas cosas blancas y un silencio escalofriante.
Luego algo empieza a suceder. Tal vez es el fantasma apareciendo, tal vez no, pero Jane pierde la cabeza por completo. Hablamos del simbolismo del mismo cuarto rojo en "Simbolismo, imágenes, alegoría," y puedes leer más al respecto ahí, pero pensemos en el efecto que esta experiencia tiene en el carácter de Jane y de lo que significa tener la experiencia en primer lugar. (Intenta olvidar por un minuto que ella en este momento tiene diez años, que nos parece un poco mayor para tener miedo de fantasmas o muebles antiguos que dan miedo.)
Así es como Jane describe sus sentimientos cuando la encierran en el cuarto rojo:
Durante aquella inolvidable tarde la consternación reinaba en mi alma, un caos mental en mi cerebro y una rebeldía violenta en mi corazón. Mis pensamientos y mis sentimientos se debatían en torno a una pregunta que no lograba contestar: "¿Por qué he de sufrir así? ¿Por qué me tratan de este modo?" No lo comprendí claramente hasta pasados muchos años. (1.2.29)
Lo que deducimos de esto es que Jane piensa mucho "con la cabeza", siempre analizando todo lo que le pasa y siempre tratando de descubrir por qué sucede de esa manera. Ella no solamente se opone a ser encerrada en el cuarto rojo porque no está decorado de acuerdo con los exigentes estándares de Martha Stewart o porque las cortinas rojas le dan un feng shui negativo.
Se opone a ser encarcelada por comportarse como lo hace en defensa propia, porque eso no es justo. Para ella el verdadero problema no es el castigo en sí: es solo el hecho de ser castigada sin causa justa. En esta interpretación, el cuarto rojo es tan solo un espectador inocente: el trauma de Jane es una "guerra mental" por la que tienen que pasar los niños en algún momento para reconocer que en el mundo existe una injusticia sin protesta, y que ellos mismos podrían experimentarla.
Dicho eso, no creemos que un cuarto rosado o un cuarto con motivos de animales tendría la misma importancia aquí.
Golpear tu escritorio con una regla siempre les llama la atención
Jane tendrá muchas relaciones amorosas diferentes con los años, pero la mayoría de ellas siguen la misma dinámica: la conexión profesor-estudiante.
El boleto de Jane para irse de Gateshead es aceptar convertirse en estudiante de la Institución Lowood, y al final se gana la aprobación de la gente alrededor de ella por primera vez en su vida trabajando duro y convirtiéndose en una buena estudiante. Sus hábitos de estudio hacen posible que se convierta en profesora e institutriz. En otras palabras, tener una carrera y ganarse la vida (lo cual durante la era victoriana es difícil de lograr para una mujer, especialmente joven, soltera y sin amigos poderosos).
Hasta ahora todo bien, ¿no es cierto? Pero aquí está la cosa: el hecho que las relaciones profesor-estudiante son centrales para el éxito de Jane quiere decir que a ella a menudo le cuesta abandonarlas. De hecho, la manera en la que se relaciona con la mayoría de personas en su vida, desde Helen Burns hasta Diana y st. John Rivers al propio sr. Rochester, es ya sea como su maestra, su alumna (o algunas veces ambas).
Esto empieza con Helen; ella es de edad similar a Jane y es su primera amiga verdadera, pero ella también sabe mucho más que Jane, tanto de trabajos de escuela como de moral cristiana. Ella no es la igual de Jane; ella es la profesora de Jane, o al menos alguien que Jane admira como si fuera un ídolo y de quien aprende.
La prima de Jane, Diana Rivers será un tipo similar de amiga; Jane nos lo dice directamente cuando está con Diana y Mary: "Si en nuestro trío había alguna superior a las demás, era Diana" (3.4.4). De acuerdo con Jane, esto se debe a que el ser instructora le gustaba y le sentaba bien y que el ser estudiante le gustaba y le sentaba igual de bien ("Me gustaba aprender con ella, y a ella no le placía menos instruirme") (3.4.4). En lo que respecta a sus amigas, entonces, Jane siempre regresa a la dinámica que aprendió cuando niña, cuando era la estudiante fiel y las mujeres compasivas a su alrededor eran profesoras.
¿Loco por la profesora? Para nada.
Los hombres en la vida de Jane son más o menos una historia diferente. Jane no los admira naturalmente como profesores amigables, tal vez simplemente porque en todas sus experiencias formativas en Lowood, las figuras de autoridad eran mujeres inteligentes y cariñosas u hombres egoístas e hipócritas.
Esto hace que sea difícil para Jane relacionarse con hombres como Rochester o st. John, porque ella no tiene un patrón emocional predeterminado para tratar con hombres que no están tratando de cortarle el cabello a las niñas huérfanas para que se vean más humildes (o alguna otra extraña razón como esa). Cuando Jane y Rochester discuten acerca de su relación, por ejemplo, Jane no deja que Rochester diga que es mayor y por ende más sabio; ella lo llamará "señor" y toma sus órdenes para entretenerlo porque él es su empleador… pero ella sabe que él no siempre tiene la razón y no duda en regañarlo por eso.
Finalmente, está st. John Rivers. Al principio, Jane puede hacerle frente a st. John, mirarlo a los ojos y decirle exactamente lo que ella necesita y no necesita en su vida. Pero una vez que deja que st. John le enseñe indostaní, pareciera que ella está cada vez más bajo su control:
Descubrí que era un maestro muy paciente, muy tolerante y muy exigente a la vez. Esperaba mucho de mí, y cuando veía que llenaba sus esperanzas, manifestaba su aprobación a su modo. Poco a poco fue adquiriendo cierta autoridad sobre mí, y su influencia y atención me parecieron más cohibidores que su indiferencia. Ya no me atrevía a hablar ni a reír a mis anchas cuando él estaba presente, porque un espíritu de clarividencia me advertía que eso le disgustaba a él. Yo comprendía muy bien que a John sólo le placían los modales graves y las ocupaciones serias y que era vano tratar de obrar de otro modo en su presencia. Acabé hallándome bajo el efecto de una fría sugestión. Si él me decía: «vete», me iba; si "ven", iba; si "haz esto", lo hacía. Pero no me agradaba aquella sumisión y hubiera preferido que, como antes, mi primo no se ocupara de mí.. (3.8.68)
Convertirse en estudiante de st. John y obedecerle de la misma forma que obedece a un profesor hace difícil que Jane mantenga su propia personalidad y naturaleza. Ella en realidad nunca llega a librarse de la influencia de st. John por si sola, y ella solamente podrá regresar a Rochester cuando st. John se va para visitar Cambridge por algunas semanas y ella deja de sentirse como su alumna.
¡Pero yo soy un ser superior!
Durante los primeros diez años en la vida de Jane, a ella la intimidan, la fastidian, la hacen sentir inferior e incluso le pegan. Pero luego ocurre algo realmente interesante: sin ningún mentor o profesor (excepto Bessie, la niñera, quien a veces es un poquito amable con ella), ella se levanta en contra de la opresión. ¡Dale Jane, dale!
Esta es tan solo la primera de muchas veces que Jane va a mostrar una sensibilidad ética que parece surgir de… la nada. Sin ninguna instrucción, sin nadie más que valide sus ideas, Jane sabe lo que está bien y lo que está mal, y se pone furiosa cuando la gente que es injusta se sale con la suya.
Mientras está en Lowood, el encuentro de Jane con Helen Burns le enseña acerca de un tipo de reacción diferente al sufrimiento y la injusticia: una filosofía del Nuevo Testamento que dice "ama a tus enemigos" y "da la otra mejilla". Para Helen, lo que está bien es no insistir en tus propios derechos sino en ser siempre humilde, perdonar e imitar a Jesús. A Jane le sorprende esta actitud, pero no la puede adoptar:
-No, Helen; yo creo que no debo tratar bien a los que se empeñan en tratarme mal y me parece que debo defenderme de los que me castigan sin razón. Eso es tan natural como querer a las que me demuestran cariño o aceptar los castigos que merezco. (1.6.52)
Así que Jane, al menos al principio, es una de esas personas que no pueden dejar pasar nada. Ella tiene que defenderse por sí sola y seguir una interpretación estricta de las leyes morales. Si Helen Burns representa el amor y el perdón del Nuevo Testamento a estas alturas, la versión de niña de Jane Eyre representa el código de justicia de represalia del Antiguo Testamento: del estilo "ojo por ojo". (Técnicamente, a esto se le llama la ley del talión, lo cual significa "la ley de la selva"—bien, ¿no?—aunque esa frase no se utiliza en la novela.) Probablemente puedes adivinar lo que esto significa para el argumento: Jane va a tener que aprender cuándo defender un principio, cuándo perdonar y cómo saber diferenciar entre estas situaciones.
La gran crisis ética de Jane como adulta es su reacción al intento de Rochester de hacerla su amante. Su decisión de abandonar al hombre que ama, que le ofrece cariño, dinero y una vida fácil, muestra una vez más el gran principio de moral que tiene. De hecho, en este punto, el hecho de aferrarse a este principio es para nosotros un tanto irritante. ¿No podía hacerle la vida más fácil a Rochester? Él realmente está en problemas y la quiere de verdad.
Tal vez es ese el motivo por el que tiene que conocer a st. John Rivers y aprender la razón por la que el trabajo duro y la ética son una buena idea, pero eso no necesariamente te mantiene abrigado en la noche, si sabes a lo que nos referimos. La decisión de Jane de regresar con Rochester y hacerle saber que lo ha perdonado ocurre cuando escucha increíblemente su voz que viene de la nada y no cuando se entera de que él se ha quedado viudo.
Tal vez sus principios sí cambian hacia el final de la novela. Tal vez sí aprendió algo de Helen Burns después de todo.
¡Es un ave! ¡Es un avión! Es… ¿un duendecillo?
Hasta ahora, hemos sugerido que Jane es famosa por su simplicidad (simple Jane... ¿entiendes?) y su moral. Eso suena bien, ¿no es cierto? ¿Pero tal vez no muy interesante?
Bueno, aquí está la cosa: Jane también es un poco rara. Un poco misteriosa. Un poco… de otro mundo. No vamos a ir tan lejos como para decir que ella es realmente un hada o un duendecillo, pero hay muchos momentos en donde ella resulta un poco extraña: cuando de niña se mira al espejo, por ejemplo, ella no se reconoce a ella misma. Cuando Rochester la conoce, ella asusta a su caballo. Sus estados de ánimo cambian rápidamente y ella siempre está bromeando con Rochester o contradiciéndolo con dulzura.
No nos sorprende que Rochester piense que ella es una especie de hada malintencionada (pero más o menos encantadora):
Cuando la encontré anoche en el camino me pareció uno de esos seres fantásticos que figuran en los cuentos y temí que me hubiera embrujado el caballo. Aún no estoy seguro de lo contrario... (1.13.40)
Si me atreviera, la tocaría, a ver si es de carne y hueso, o bien una visión, que se disipara a mi contacto, como un fuego fatuo en los pantanos... (2.7.22)
-Te estás burlando de mí, hadita mía. Me haces sentirme como si no hubieran pasado estos doce meses. (3.11.106)
¿Por qué es que a Jane siempre se le compara, especialmente por Rochester, con estas criaturas sobrenaturales? Bueno, puede ser que ella no sea en realidad un hada, pero pensemos en lo que ella sí tiene que parece inusual o forzado o diferente a cualquiera:
- Ella es definitivamente una forastera. Ella puede hacer amigos, pero parece que a nadie le cae bien. Ella es una persona especial, única. (Qué lindo).
- Ella se niega a aceptar que Rochester es su superior por el simple hecho de ser un hombre mayor y con más experiencia. Ese es, en definitiva, un nivel inusual de coraje para una heroína de la era victoriana.
- Ella va a la deriva. No tiene en realidad una casa o una verdadera familia propia, así que parece haber sido puesta en el mundo sin ninguna conexión de algún otro lugar misterioso.
- Lo principal es que ella es la primera mujer en decirle a Rochester "no". Y no nos referimos solamente a "no, sr. Rochester, no quiero que me compre vestidos elegantes. Gracias". Hablamos del gran NO. Esa palabra que en nuestra clase de educación sexual se nos recuerda que siempre es una opción. Rochester pudo haber tenido a Bertha, pudo haber tenido a Céline y a Giacinta y a Clara, pero no va a tener a Jane hasta que ella esté totalmente lista y considere que está moralmente bien.
Todos estos tipos inusuales de resistencia, fortaleza e integridad hacen de Jane una alienígena del espacio en el mundo de la novela, así que no es de extrañar que Rochester siempre la caracterice como un hada, un duendecillo o un espíritu de otro mundo.